martes, 4 de marzo de 2014

PUERTAS Y LARGOS INVIERNOS


Nada había vuelto a ser lo mismo desde aquel mes de noviembre. Aunque así parecía, todo seguía tan normal en apariencia, tan frío como de costumbre en aquella época del año. Retozaba el otoño riéndose en nuestra cara, obligándonos a embutir nuestros rostros en bufandas de dos y tres vueltas. Helándonos las entrañas y los pensamientos pasaba un mes infame que lo cambiaría todo. 

Desde entonces sentías ese frío tan extraño. Diferente a todos. El frío del no saber hacia dónde uno transita, qué será de los días venideros, de los soles que nos quedan por ver o de la lluvia que aún ha de mojarnos. Simplemente no saber, y saber que no se sabrá nunca. Que los rincones de la suposición guardan engaños alojados en sus zonas más oscuras. Que podemos creer que todo irá bien y jamás podremos estar seguros. Incertidumbre. Miedo. Vacío. Un gran salto. 

Ese mes de noviembre te fuiste a casa sin saber qué harías con tu vida al día siguiente. Sin saber siquiera si tu vida se había quedado, o al menos una parte, tras aquella puerta que acababan de cerrarte. La ilusión es importante, pero no lo es todo. No es un currículo brillante la lámpara de Aladino, ya lo decía Sabina. 

“Hay cosas peores” ibas esforzándote en pensar. “Nos ha jodido, podrías estar muerto”, te respondía su propia mente, en un inexplicable tono jocoso. Tú eres de esta parte, eres de los desheredados, de los que ya no esperan nada porque no pueden. O esperan barricadas y contenedores ardiendo, pero no llevan mechero y les pillan lejos. Tú eres de esos, convéncete. Este es el prime time de tu vida: la expectación máxima, el ¿ahora qué?

Puedes sentir el peso de todos los años que estudiaste y te formaste, de todas las horas, de todas las noches en que dormiste poco, o en que te pusiste hasta atrás de cafeína por sacar alguna asignatura que ni te interesaba una mierda. Ahora todo eso resuena a tus espaldas, como si llevaras una mochila llena de cacharros que no te deja oír las instrucciones que te digan cómo coño se gestiona esto de ser adulto. 

No fue tiempo perdido, porque fue tiempo vivido. Todos esos días respiraste, sentiste, sufriste, pero también bailaste, reíste, conociste mentes abiertas que puede que ya se hallen muy lejos, persiguiendo al vuelo de la oportunidad que tú no encuentras. Quizás tú también te vayas. Quizás no. Quizás todo. Quizás nada. 

Hoy no sabes qué será de nada ni de nadie. Y todavía tienes que aguantar que te digan que las cosas mejorarán, los mismos que te han llamado 'Generación perdida', los mismos que te han acusado de no querer nada de la vida más allá de una juerga morena continua y desenfrenada, los mismo que te tomaron por panoli no han dejado de hacerlo. A veces te preguntas si es que lo eres. 

Pero no era tu caso. Tú querías hacer cosas, incluso pensabas que podías y quien sabe, quizás puedas, en este universo o en los paralelos, en alguna galaxia cercana o en alguna otra reencarnación que te posicione mejor. Quizás puedas, incluso en los días que vengan, en este vida, sin esperar a ninguna otra. 

Algún día soñaste con cambiar el mundo, al menos el que te rodeaba. Sentiste esa borrachera ideológica del "todo es posible". A veces aún piensas que otros lo conseguirán, pero sientes flaquear tus propias fuerzas, porque estás harto de esta carrera de obstáculos que no crees merecer. Que no te mereces. A día de hoy, te sientes perdido y acabado. Aunque sabes que por cojones el sol va a salir mañana otra vez, no te importaría que te pillara durmiendo hasta la luna en punto. 

No agaches la cabeza de regreso a casa, aunque otra puerta cerrada te haya caído como una losa. Ya ha llovido desde el mes de noviembre, has transitado un invierno de luces y sombras y dentro de poco será primavera, y con ella puede que llegue el deshielo del alma. No dejes de intentarlo, porque alguien tiene que hacerlo. Tú decidiste quedarte a luchar, a hacer posibles sueños nobles, porque lo creíste posible. Si lo será, no podrás saberlo hasta que lo hayas intentado con todas tus fuerzas, y alguna más. Hasta que no te mires al espejo y veas que todas las cicatrices no sino el puzzle de una lucha que mereció ser librada. 



Alba Sánchez Serradilla