En las horas eternas miro incesante
ese hueco infame que has dejado en la mesa
con el plato puesto, la sopa ya muy fría.
Lento voy observando como se tiñe de años la madera de tu silla.
Observo también los espacios hallados en mi memoria
por donde tú transitas, paseas, a veces corriendo pasas,
te vas volando y vuelves a dejarme a oscuras
entre tu recuerdo y las imágenes veladas de tu ausencia.
Te fuiste sin cerrar la puerta, y escaparon todos los años compartidos,
corretearon libres por las praderas que para mí algún día dibujaste
y a la hora de dormir, volvieron a casa para arroparme,
para empaparme de la paz de tu mirada apaciguada y añeja.
Deberías saber cuan grande siento tu ausencia,
que mis párpados no responden ante las luces de la mañana,
cómo de secos se han quedado mis ojos
de llorarte una vez y otra desde todos los rincones de mi alma
Mi niñez pizpireta correteaba entre tus faldas
junto a tantos ratos que dejé olvidados en tu regazo
supongo que los llevas contigo, donde quiera que vayas
como yo llevo en mi corazón pegados muchos abrazos de tu alma.
Me hubiera gustado poder decirte: ¡buen viaje!
Y mandar saludos para los que allí te esperen,
el último abrazo que no pudo ser, ahora será un sueño eterno
que aliviará mis dudas y mi desconsuelo en las noches en que te añore
Alba
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