Nada había vuelto a ser lo mismo desde aquel mes de noviembre. Aunque así parecía, todo seguía tan normal en apariencia, tan frío como de costumbre en aquella época del año. Retozaba el otoño riéndose en nuestra cara, obligándonos a embutir nuestros rostros en bufandas de dos y tres vueltas. Helándonos las entrañas y los pensamientos pasaba un mes infame que lo cambiaría todo.
Desde entonces sentías ese frío tan extraño.
Diferente a todos. El frío del no saber hacia dónde uno transita,
qué será de los días venideros, de los soles que nos quedan por
ver o de la lluvia que aún ha de mojarnos. Simplemente no saber, y
saber que no se sabrá nunca. Que los rincones de la suposición
guardan engaños alojados en sus zonas más oscuras. Que podemos
creer que todo irá bien y jamás podremos estar seguros.
Incertidumbre. Miedo. Vacío. Un gran salto.
Ese mes de noviembre te fuiste a casa sin saber qué
harías con tu vida al día siguiente. Sin saber siquiera si tu vida
se había quedado, o al menos una parte, tras aquella puerta que
acababan de cerrarte. La ilusión es importante, pero no lo es todo.
No es un currículo brillante la lámpara de Aladino, ya lo decía
Sabina.
“Hay cosas peores” ibas esforzándote en pensar.
“Nos ha jodido, podrías estar muerto”, te respondía su propia
mente, en un inexplicable tono jocoso. Tú eres de esta parte, eres
de los desheredados, de los que ya no esperan nada porque no pueden.
O esperan barricadas y contenedores ardiendo, pero no llevan mechero
y les pillan lejos. Tú eres de esos, convéncete. Este es el prime
time de tu vida: la expectación máxima, el ¿ahora qué?
Puedes sentir el peso de todos los años que
estudiaste y te formaste, de todas las horas, de todas las noches en
que dormiste poco, o en que te pusiste hasta atrás de cafeína por
sacar alguna asignatura que ni te interesaba una mierda. Ahora todo
eso resuena a tus espaldas, como si llevaras una mochila llena de
cacharros que no te deja oír las instrucciones que te digan cómo
coño se gestiona esto de ser adulto.
No fue tiempo perdido, porque fue tiempo vivido.
Todos esos días respiraste, sentiste, sufriste, pero también
bailaste, reíste, conociste mentes abiertas que puede que ya se
hallen muy lejos, persiguiendo al vuelo de la oportunidad que tú no
encuentras. Quizás tú también te vayas. Quizás no. Quizás todo.
Quizás nada.
Hoy no sabes qué será de nada ni de nadie. Y
todavía tienes que aguantar que te digan que las cosas mejorarán,
los mismos que te han llamado 'Generación perdida', los mismos que
te han acusado de no querer nada de la vida más allá de una juerga
morena continua y desenfrenada, los mismo que te tomaron por panoli
no han dejado de hacerlo. A veces te preguntas si es que lo eres.
Pero no era tu caso. Tú querías hacer cosas,
incluso pensabas que podías y quien sabe, quizás puedas, en este
universo o en los paralelos, en alguna galaxia cercana o en alguna
otra reencarnación que te posicione mejor. Quizás puedas, incluso
en los días que vengan, en este vida, sin esperar a ninguna otra.
Algún día soñaste con cambiar el mundo, al menos el que te rodeaba. Sentiste esa borrachera ideológica del "todo es posible". A veces
aún piensas que otros lo conseguirán, pero sientes flaquear tus
propias fuerzas, porque estás harto de esta carrera de obstáculos
que no crees merecer. Que no te mereces. A día de hoy, te
sientes perdido y acabado. Aunque sabes que por cojones el sol va a
salir mañana otra vez, no te importaría que te pillara durmiendo
hasta la luna en punto.
No agaches la cabeza de regreso a casa, aunque otra
puerta cerrada te haya caído como una losa. Ya ha llovido desde el
mes de noviembre, has transitado un invierno de luces y sombras y dentro de poco será primavera, y con ella puede
que llegue el deshielo del alma. No dejes de intentarlo, porque
alguien tiene que hacerlo. Tú decidiste quedarte a luchar, a hacer
posibles sueños nobles, porque lo creíste posible. Si lo será, no
podrás saberlo hasta que lo hayas intentado con todas tus fuerzas,
y alguna más. Hasta que no te mires al espejo y veas que todas las
cicatrices no sino el puzzle de una lucha que mereció ser librada.
Alba Sánchez Serradilla