A la hora de presentar el blog que tenéis
ante los ojos, se me viene a la cabeza mi relación con la literatura, con los
libros, con mi profesión, con los bolis si me apuras. No sé exactamente qué
debo contar en esta presentación ni cómo hacerlo. Quiero daros la bienvenida,
deciros lo que vais a encontrar aquí en entradas sucesivas, invitaros a
seguirme y todo el correspondiente bla bla bla de la autopromoción. Pero la
verdad, me da pereza ese discurso.
He abierto este blog, no por aburrir al
personal con uno más, sino para terminar de identificarme. Si nos ponemos
estrictos, lo he hecho en un sentido egoísta, para convencerme quizás a mí
misma de que, en efecto, soy escritora.
Desde luego no tengo un sueldo que lo
acredite, menos aún un contrato (soy de la generación “perdida”, no tengo ni
idea de lo que la palabra en cuestión significa) pero es algo que llevo tan
dentro como la profesión que elegí, precisamente por su relación con las
letras: periodismo y literatura se conjugan en mi persona como motores de vida,
el contar cosas, el comunicarme con cuantos más pueda mejor, el que me cuenten.
Las letras, las historias, la
comunicación. Son lo que amo de la vida: un ser humano chocando contra otro
(real o ficticio) en un diálogo que se perderá en el tiempo o entre las páginas
de los libros para ser rescatadas por alguien más que no presenció la cháchara
en cuestión, pero que la comparte incluso a través de la historia, en
escenarios absolutamente diferentes. Es hermoso presenciarlo, leer libros,
artículos, poemas, letras en general. Y poder crearlo, mejor o peor, es un
privilegio.
La primera historia que quiero contaros
en éste, que va a ser precisamente un blog de historias, de literatura, de
pluma, es la mía propia:
Cuando era muy pequeñita estuve enferma. Las apetencias del destino quisieron que a los tres años pasara por primera (y
hasta el momento, última) vez por un quirófano. Una malformación congénita en
un riñón exigía que mi pequeño cuerpecillo fuera sesgado a temprana edad. No
hay trauma alguno al respecto, de hecho, apenas lo recuerdo. Aunque sí recuerdo
otras cosas.
Recuerdo que me regalaron muchos cuentos
en aquella época, algunos de los cuales aún conservo y de vez en cuando releo.
Las historias de Sócrates, Ulises, Cleo y Casimiro (no los clásicos, sino unos
animalillos que llevaban tan pintorescos nombres) me acompañaron mucho tiempo
contándome las grandes verdades de la vida humana: cómo se hace el pan, el
azúcar, la sal, y toda una serie de productos de primera necesidad que si no
hubiera sido por aquellas cartillas finas y llenas de dibujos, probablemente a
día de hoy no tendría ni idea de cómo se producen. Al fin y al cabo, soy de la
LOGSE.
Recuerdo a mi madre leyéndome un cuento a
la hora de dormir, noche tras noche, incansable, desde que estuve en el
hospital hasta mucho después. Lo que quizás empezó como una manera de
entretener a una pequeña en una situación un tanto difícil, se convirtió en
costumbre, en tónica familiar.
En mi casa siempre hemos leído casi de
forma enfermiza. Desde muy pequeña se recitar poemas de Gabriel y Galán en
castúo, que mi padre leía conmigo en los ratos muertos, que nos hacían gracia por
los vocablos de nuestras raíces extremeñas, y que ahora
no se van de nuestras memorias, ni falta que hace porque son de los mejores
recuerdos que guardo de mi infancia.
Cuando terminé de devorar buena parte de
la colección del Barco de Vapor (Las historias de Fray Perico, mis favoritas) y
otras tantas de Manolito Gafotas, entre otros, mi mente pedía marcha. Mis
primeros libros “de mayores” los recuerdo bien: Memorias de una Geisha, y Los
Renglones Torcidos de dios, este último todo un tocho para una chavala pero me
encantó, aunque sospecho que debería leerlo de nuevo y sería como leer un libro
nuevo.
Desde entonces, han sido cienes, no se,
demasiados, los libros que han pasado por mis manos. Los adoro. Me gusta verlos
acumulados en las estanterías de mi casa y de la de mis padres. Me encanta su
tacto y su olor, las páginas que amarillean como en aquel precioso ejemplar de
Cien Años de Soledad que rescaté por dos euros en el rastro y que olía a baúl.
Me arropan en mis ratos de soledad, cuando los ordeno por categorías, cuando
los reviso y leo pasajes de algunos que me encantan.
A veces, leo más de uno a la vez,
mientras no sean varias novelas, porque ahí me pierdo en las historias
mezcladas. Los de poesía los cojo sin orden, hoy me apetece Lorca y mañana
Benedetti, pasado igual tengo cuerpo de Neruda, y al siguiente de Castro. Todo
depende del pie con que amanezca, pero siempre amanezco con pie de poesía, eso
no puedo evitarlo, lo llevo en la sangre y probablemente en el alma esa que
dicen que tenemos, y que ojalá.
Mi pasatiempo favorito –uno de ellos- es
pasearme por la Cuesta de Moyano en busca de tesoros de segunda, tercera, y
quinta mano. Me encanta ojearlos y hojearlos, y puedo pasar horas muertas con
el sol en la cara pensando si me dejo todo el "sueldo" o dejo algo para comer.
Los libros han formado parte de mi vida y
de la de mi familia siempre. Es por eso que los quiero siempre cerca, siempre
uno en mi bolso, otro en la mesilla, otros regados por todas partes de la casa.
Es el único desorden que tolero con gracia y llevo con tranquilidad.
Mis primeras obras literarias se remontan
a numerosos cómics de animales animados que montaban en monopatín y se contaban
su vida, cuentecillos salpicados, alguna obra de teatro que escribí para hacer
con los amiguitos del barrio, cuadernos llenos de poemas desde mis catorce años
que, todo hay que decirlo, dejan bastante que desear. Más tarde, con algún año
más a la espalda, muchos proyectos de algo así como novelas, historias que se
me han ocurrido y que he dejado a medias, quizás porque me faltan unos cuantos
años para ser capaz de afrontarlas, o algunas vivencias más que me den la
perspectiva adecuada. Ahí están, esperándome.
Ahora mi primer libro está en camino, y
me siento más escritora que nunca. Siento esa naturaleza indeleble del que
necesita contar historias, juntar palabras con toda la gracia y el arte que
puede. Siento la pasión de escribir, de trabajar mis textos y mi poesía, y creo
que ha llegado el momento de dar un paso más con un blog como éste, donde me
presento como lo que soy: una periodista profesional y una escritora vocacional
que puede que algún día también haga carrera de ello. Nada me gustaría más.
De momento, aquí dejo mi espacio donde
podréis seguir mi trabajo literario. Junto con Los Días Inciertos, donde tiene
lugar el periodismo más delirante, también de mi pluma, pretenden ser dos huecos
de una misma autora, diferentes, pero condenados a entenderse: la realidad más
cruda y la crítica más ácida, con lo que pretende ser arte, tocar fibras,
hacerse con un sitio que quién sabe si me está esperando. Solo se que si no lo
busco, nunca lo encontraré. Así pues, adelantecon la literatura, con la poesía, con lo que surja...
Alba Sánchez Serradilla