jueves, 22 de agosto de 2013

ALEJANDRA LA GOLONDRINA



Lo que a continuación os muestro, es uno de los cuentos que ando creando hace tiempo para hacer un pequeño libro. No obstante no es fácil y lleva su tiempo, así que para que no sigan criando polvo en alguna recóndita carpeta de mi PC, aquí lo comparto con la esperanza de que os guste. La filosofía que vengo aplicando al cuento infantil se basa en la de mi programa infantil favorito: La Bola de Cristal, que se aplicaba el cuento de que a los niños no había que hablarles de forma disminuída ni simplificada, ni había tema que de la forma apropiada no se pudiera abordar. Yo traigo hoy una pequeña reflexión con tintes feministas pero que lo que busca es educar en la igualdad entre sexos, y en la capacidad que todo el mundo tiene de elegir quien quiere ser e ir a por ello. 

En la Bola de Cristal se trataban temas de forma absolutamente transgresiva, además en verso (cosa que yo, salvando las distancias, he intentado) y el resultado eran contenidos como el siguiente, que además encantaba a los niños aunque no entendiesen a priori todos los conceptos:




En definitiva, si los niños de los ochenta veían ésto sin inmutarse, y además les gustaba y mucho -y a los adultos- está claro que están a la altura para leer y escuchar historias un poco más "duras" que las de las clásicas princesas desdichadas en busca de un príncipe azul que ya no se cree nadie. En ésta línea van mis cuentos, aquí os presento el primero de ellos.

Espero que os guste y si queréis comentarlo, será un placer leer y responder a todo lo que tengáis que decir. Con todos ustedes, Alejandra la Golondrina :)



Alejandra la golondrina, limpiaba el nido durante todo el santo día. Dale que te pego, ahora barro, ahora friego. Colocaba las ramitas y barro, y cortaba los brotes que de ellas crecían, no fueran sus polluelitos a hacerse daño en el pico. Todo detalle cuidaba, ella nunca se cansaba. Tenía el nido más limpio de todo el alféizar de su ventana. Sus amigas la envidiaban cuando iban a tomar té “Qué limpio todo, Alejandra, vaya nido de revista... ¡eres una artista!”.

Los que las otras amigas no sabían era lo que Alejandra tanto desearía: trabajar fuera del nido. El día que se decidió, se lo dijo de repente a su golondrín marido: “querido, quiero trabajar y dejar de limpiar, ¿me vas a apoyar?”.

No salía de su asombro el golondro. ¡Cómo iba él a permitir que Alejandra saliera a trabajar! ¿quién iba a limpiar?

Lo que a él realmente le gustaba, era la vida sencilla. Llegar a su nido después de un día de trabajo para arriba y para abajo y tener la mesa puesta, en la puerta las zapatillas y limpio cada rincón. Los polluelos limpios, y a ser posible acostados, que no anduvieran piando por todos lados, que el rey de la casa necesitaba descansar, y de eso Alejandra era la que se tenía que encargar.


Por eso mismo le dijo a su esposa que pensara en otra cosa, que en el nido cada día había mucho por hacer, que no se empezase a distraer, y le trajese algo de comer.

Alejandra cierra el pico, y le trae algo rico. Pero algo que suele pasar cuando alguien quiere volar, es que puede dejar de hablar, pero sus ideas quedan en el corazón para seguir haciéndole pensar. Así que Alejandra, aunque apenada por la postura de su marido barrigón, la idea no la desechó. Nunca la convenció.

Pasó algo más de tiempo, y Alejandra envejecía día a día. Ya no era la golondrina feliz que se enamoró de aquel que ahora le cortaba las alas de su libertad de elegir lo que quería ser. Ella sentía que lo que quería cada vez lo quería más: quería volar, viajar, pensar por sí misma, leer libros, pintar cuadros, ir al teatro... no quería solo limpiar.

Al golondro requetevago le dio una última oportunidad:

“Me voy a marchar si no empiezas a ayudar. Si entre los dos pudiésemos ordenar y limpiar el nido yo tendría tiempo para trabajar también, quizás hasta podría estudiar por las noches, cuando los polluelos se acuesten, si me echas una pata. No quiero que las polluelas crezcan y crean que solo han de limpiar en la vida, ¡quiero que sean libres como sus hermanos! Y que tengan un buen ejemplo a mano... ¿qué me dices?”


Y el gordinflón, se rió y la despreció. Alejandra en su interior pensó, que quien ríe el último, ríe mejor.

Esa misma noche hizo sus maletas y la de sus tres polluelos y alzaron el vuelo. Un poco apenada pero también entusiasmada.

Le dejó una carta que decía: “te dije que me iría. No supiste valorar todo lo que yo tenía que aportar, así que en buena hora abandono nuestro nido, para buscar mi propio destino. Al poco entenderás que te habría sido mucho mejor ayudar”.

Llegó a casa de una buena amiga que vivía dos edificios más arriba, y allí un tiempo se instaló, aunque con toda su ilusión, conseguir un trabajo no le resultó muy difícil y comenzó enseguida a vivir por sus propios medios. Se quedó definitivamente con sus hijos en un nido fantástico con vistas a un parque lleno de migas de pan de las meriendas de los pequeños humanos. 

Aprendió a hacer muchas cosas: pintaba, leía libros, salía de paso, a ratos estudiaba, y sobre todo, soñaba con un futuro cercano en todos -golondrinas y golondrinos- iguales en oportunidades, tolerando, y sin derecho a decidir el la vida de nadie, podrían vivir felices y sin tocarse las narices.

La vida le sonreía a Alejandra. Hizo realidad su sueño y se convirtió en ese ejemplo que quería para sus hijos: les enseñó que se puede luchar por lo que uno quiere, y romper todos los grilletes. 


 Alba Sánchez Serradilla. 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario