martes, 20 de agosto de 2013

UN PASO MÁS...



A la hora de presentar el blog que tenéis ante los ojos, se me viene a la cabeza mi relación con la literatura, con los libros, con mi profesión, con los bolis si me apuras. No sé exactamente qué debo contar en esta presentación ni cómo hacerlo. Quiero daros la bienvenida, deciros lo que vais a encontrar aquí en entradas sucesivas, invitaros a seguirme y todo el correspondiente bla bla bla de la autopromoción. Pero la verdad, me da pereza ese discurso. 

He abierto este blog, no por aburrir al personal con uno más, sino para terminar de identificarme. Si nos ponemos estrictos, lo he hecho en un sentido egoísta, para convencerme quizás a mí misma de que, en efecto, soy escritora. 

Desde luego no tengo un sueldo que lo acredite, menos aún un contrato (soy de la generación “perdida”, no tengo ni idea de lo que la palabra en cuestión significa) pero es algo que llevo tan dentro como la profesión que elegí, precisamente por su relación con las letras: periodismo y literatura se conjugan en mi persona como motores de vida, el contar cosas, el comunicarme con cuantos más pueda mejor, el que me cuenten. 

Las letras, las historias, la comunicación. Son lo que amo de la vida: un ser humano chocando contra otro (real o ficticio) en un diálogo que se perderá en el tiempo o entre las páginas de los libros para ser rescatadas por alguien más que no presenció la cháchara en cuestión, pero que la comparte incluso a través de la historia, en escenarios absolutamente diferentes. Es hermoso presenciarlo, leer libros, artículos, poemas, letras en general. Y poder crearlo, mejor o peor, es un privilegio. 

La primera historia que quiero contaros en éste, que va a ser precisamente un blog de historias, de literatura, de pluma, es la mía propia:

Cuando era muy pequeñita estuve enferma. Las apetencias del destino quisieron que a los tres años pasara por primera (y hasta el momento, última) vez por un quirófano. Una malformación congénita en un riñón exigía que mi pequeño cuerpecillo fuera sesgado a temprana edad. No hay trauma alguno al respecto, de hecho, apenas lo recuerdo. Aunque sí recuerdo otras cosas. 

Recuerdo que me regalaron muchos cuentos en aquella época, algunos de los cuales aún conservo y de vez en cuando releo. Las historias de Sócrates, Ulises, Cleo y Casimiro (no los clásicos, sino unos animalillos que llevaban tan pintorescos nombres) me acompañaron mucho tiempo contándome las grandes verdades de la vida humana: cómo se hace el pan, el azúcar, la sal, y toda una serie de productos de primera necesidad que si no hubiera sido por aquellas cartillas finas y llenas de dibujos, probablemente a día de hoy no tendría ni idea de cómo se producen. Al fin y al cabo, soy de la LOGSE.

Recuerdo a mi madre leyéndome un cuento a la hora de dormir, noche tras noche, incansable, desde que estuve en el hospital hasta mucho después. Lo que quizás empezó como una manera de entretener a una pequeña en una situación un tanto difícil, se convirtió en costumbre, en tónica familiar. 

En mi casa siempre hemos leído casi de forma enfermiza. Desde muy pequeña se recitar poemas de Gabriel y Galán en castúo, que mi padre leía conmigo en los ratos muertos, que nos hacían gracia por los vocablos de nuestras raíces extremeñas, y que ahora no se van de nuestras memorias, ni falta que hace porque son de los mejores recuerdos que guardo de mi infancia. 

Cuando terminé de devorar buena parte de la colección del Barco de Vapor (Las historias de Fray Perico, mis favoritas) y otras tantas de Manolito Gafotas, entre otros, mi mente pedía marcha. Mis primeros libros “de mayores” los recuerdo bien: Memorias de una Geisha, y Los Renglones Torcidos de dios, este último todo un tocho para una chavala pero me encantó, aunque sospecho que debería leerlo de nuevo y sería como leer un libro nuevo. 

Desde entonces, han sido cienes, no se, demasiados, los libros que han pasado por mis manos. Los adoro. Me gusta verlos acumulados en las estanterías de mi casa y de la de mis padres. Me encanta su tacto y su olor, las páginas que amarillean como en aquel precioso ejemplar de Cien Años de Soledad que rescaté por dos euros en el rastro y que olía a baúl. Me arropan en mis ratos de soledad, cuando los ordeno por categorías, cuando los reviso y leo pasajes de algunos que me encantan. 

A veces, leo más de uno a la vez, mientras no sean varias novelas, porque ahí me pierdo en las historias mezcladas. Los de poesía los cojo sin orden, hoy me apetece Lorca y mañana Benedetti, pasado igual tengo cuerpo de Neruda, y al siguiente de Castro. Todo depende del pie con que amanezca, pero siempre amanezco con pie de poesía, eso no puedo evitarlo, lo llevo en la sangre y probablemente en el alma esa que dicen que tenemos, y que ojalá. 

Mi pasatiempo favorito –uno de ellos- es pasearme por la Cuesta de Moyano en busca de tesoros de segunda, tercera, y quinta mano. Me encanta ojearlos y hojearlos, y puedo pasar horas muertas con el sol en la cara pensando si me dejo todo el "sueldo" o dejo algo para comer. 

Los libros han formado parte de mi vida y de la de mi familia siempre. Es por eso que los quiero siempre cerca, siempre uno en mi bolso, otro en la mesilla, otros regados por todas partes de la casa. Es el único desorden que tolero con gracia y llevo con tranquilidad. 

Mis primeras obras literarias se remontan a numerosos cómics de animales animados que montaban en monopatín y se contaban su vida, cuentecillos salpicados, alguna obra de teatro que escribí para hacer con los amiguitos del barrio, cuadernos llenos de poemas desde mis catorce años que, todo hay que decirlo, dejan bastante que desear. Más tarde, con algún año más a la espalda, muchos proyectos de algo así como novelas, historias que se me han ocurrido y que he dejado a medias, quizás porque me faltan unos cuantos años para ser capaz de afrontarlas, o algunas vivencias más que me den la perspectiva adecuada. Ahí están, esperándome. 

Ahora mi primer libro está en camino, y me siento más escritora que nunca. Siento esa naturaleza indeleble del que necesita contar historias, juntar palabras con toda la gracia y el arte que puede. Siento la pasión de escribir, de trabajar mis textos y mi poesía, y creo que ha llegado el momento de dar un paso más con un blog como éste, donde me presento como lo que soy: una periodista profesional y una escritora vocacional que puede que algún día también haga carrera de ello. Nada me gustaría más. 

De momento, aquí dejo mi espacio donde podréis seguir mi trabajo literario. Junto con Los Días Inciertos, donde tiene lugar el periodismo más delirante, también de mi pluma, pretenden ser dos huecos de una misma autora, diferentes, pero condenados a entenderse: la realidad más cruda y la crítica más ácida, con lo que pretende ser arte, tocar fibras, hacerse con un sitio que quién sabe si me está esperando. Solo se que si no lo busco, nunca lo encontraré. Así pues, adelantecon la literatura, con la poesía, con lo que surja...














Alba Sánchez Serradilla

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